Artículo de opinión: por Antonio Andrés Pueyo
He visto la serie Adolescencia, de Netflix, impulsado por la gran publicidad que la acompaña. Después de verla en un par de días, y de leer algunas cosas que se han publicado sobre ella, tanto escritas por legos como por profesionales del ámbito de la violencia juvenil y la educación, me surgen algunas reflexiones que quisiera compartir desde una mirada profesional.
La historia se centra en Jamie, un chico que, pese a tener 13 años, conserva un aspecto infantil impropio de un adolescente. Jamie ha asesinado a una compañera del colegio, de 14 años, y lo ha hecho de forma intencionada. La serie despliega una narrativa que articula cuatro grandes bloques temáticos, todos ellos importantes y estrechamente relacionados.
En primer lugar, se muestra la actuación policial. Jamie es detenido como si fuera un terrorista o un criminal extremadamente peligroso, en plena madrugada, por agentes – muchos y armados – que lo sacan de la cama mientras él, paralizado por el miedo, se orina en el pijama que lleva. La escena impacta, sobre todo por el contraste con el entorno, el de una familia normal en una vivienda también “normal”, y un dormitorio infantil lleno de peluches, que subraya su inmadurez. Aunque conmovedora, la escena parece construida para generar una reacción emocional de rechazo más que para reflejar una práctica policial adecuada para detener a un menor sin antecedentes y en una familia de clase media de un barrio corriente.

En segundo lugar, la serie se traslada a la escuela, un centro de nivel medio, donde reina prácticamente un caos desbordado sobre un trasfondo de ambiente escolar clásico. Los adolescentes, todos uniformados, insultan a los profesores, se pelean entre ellos en los pasillos y actúan con total impunidad, sin obedecer a los profesores que les increpan y amenazan. La policía, de paisano, interroga a alumnos en grupo y en un tono más provocador que discreto, sin cuidado alguno por su actuación en el entorno emocional o pedagógico. Allí mismo detienen a un escolar, posiblemente implicado en el asesinato. En lugar de un centro en duelo por el asesinato reciente de una alumna, vemos un ambiente poco impactado por ese grave suceso.

El tercer bloque muestra la exploración psicológica de Jamie. Desde una perspectiva forense, resulta la parte más criticable. La psicóloga que entrevista a Jamie actúa de forma muy sorprendente, con un sesgo más que evidente, en una especie de interrogatorio dirigido, sugestionador, guiado más por una ideología determinada – traída al hilo por su predominio actual y por el hecho de que el asesino sea un chico y la víctima una chica – que por criterios psicológicos, clínicos y técnicos. Ese estilo de entrevista está lejos de lo que formaría parte de una evaluación clínico-forense rigurosa de un menor internado cautelarmente y acusado de un delito gravísimo. Lo que se muestra no se ajusta en absoluto a las buenas prácticas profesionales de los psicólogos forenses.

En cuarto lugar, se aborda la figura de los padres. Vemos, en una secuencia de día aciago de los padres y la hermana, cómo reflexionan sobre la infancia de Jamie y, aunque no se reconocen culpables del asesinato, sí se sienten responsables por no haberlo educado mejor y así poder haber evitado esa violencia. Las escenas del padre pidiendo perdón a su hijo, representado simbólicamente por un peluche, refuerzan esa sensación de fracaso y desesperación. Es un intento, legítimo en lo artístico, de mostrar cómo un hecho así sacude a la familia al completo, pero sobre todo al padre y a la madre.

Todo, o casi todo, en la serie parece verosímil: el asesinato con arma blanca grabado por cámaras de seguridad, la conducta del preadolescente o las reacciones institucionales. Todo parece real, pero está lejos de serlo o parecerlo. Es muy poco probable que algo así hubiese ocurrido tal y como se nos muestra. El problema es que, por el modo en que está construida la narrativa, el espectador —lego o experto— puede llegar a asumir que se trata de una representación fiel de una realidad posible o incluso habitual entre adolescentes actuales. En un artículo de 2008, Milagros Pérez Oliva, haciéndose eco de expertos reflexionaba acerca de “¿Por qué puede matar un niño?” donde se resumían las causas de este tipo de delitos violentos, tan graves cuando son cometidos por niños y adolescentes.

La miniserie es una ficción. Un producto artístico, imaginado y construido por un guionista (que además interpreta al padre de Jamie) y un director. No se basa en hechos reales ni pretende ser un documental. ¿Tiene puntos de contacto con la realidad? Claro. ¿Refleja con fidelidad el funcionamiento del crimen juvenil y la psicología de un menor asesino? Difícilmente.
Desde una perspectiva criminológica, lo que se nos plantea —un chico de 13 años que asesina a una compañera de 14 en la calle porque se siente feo, rechazado, influido por ideas misóginas tipo incel que encuentra en internet— es un caso que de ocurrir lo haría con una bajísima probabilidad. ¿Existen precedentes de asesinatos de mujeres adolescentes cometidos por hombres adolescentes?, sí, pero la mayoría de las investigaciones rigurosas sobre crímenes juveniles aportan otros marcos explicativos, mucho más complejos y alejados del esquema de esta miniserie. Así, la arquitectura causal que plantea la miniserie —impulsividad adolescente, violencia machista, fracaso educativo de los padres y la escuela, redes sociales y la influencia de internet como desencadenante— puede parecer razonable, pero en realidad simplifica y desdibuja de forma extrema una problemática que requiere miradas mucho más rigurosas. Todos los factores que se presentan en la miniserie existen, claro está, y afectan a los adolescentes de hoy. Pero en la inmensa mayoría de los casos no desembocan en un asesinato machista. La excepción se presenta como si fuera la regla.
A continuación, incluimos un listado de los factores de riesgo mas habituales del asesinato de adolescentes mujeres a manos de adolescentes varones. Estos factores de riesgo provienen de investigación criminológica actual. ¿Cuántos de ellos están presentes en el caso de la serie Adolescencia? Hay que recordar que no es necesario que estén todos para que se produzca el hecho violento, pero sí que la probabilidad de que suceda está en relación directa con el número de factores presentes “antes” del hecho violento.

La serie, como toda obra de ficción, fabula, exagera y condensa realidades múltiples en un solo y único relato cerrado. Pero quienes trabajamos en el ámbito criminológico, educativo, clínico o judicial debemos tener claro que esa ficción no ha de sustituir a la investigación empírica ni guiar la acción profesional. Ni los responsables políticos ni los profesionales de la intervención con adolescentes deberían dejarse arrastrar por el atractivo narrativo de este producto, por más logrado que esté en lo técnico. Para comprender y prevenir la violencia juvenil, contamos con conocimientos mucho más sólidos y útiles que las creencias que se refuerzan en esta miniserie.