Por Carlos López Argüello
Según datos extraídos del Instituto Nacional de Estadística, la violencia de género sigue aumentando. Así lo muestran los datos oficiales y registrados en los últimos años. Este aumento se observa, tanto en número de mujeres víctimas, número de denuncias y número de medidas cautelares u órdenes de protección dictadas. Más allá de entrar en el debate de si este aumento de casos se debe a un aumento del número de agresiones en el ámbito de la pareja o a la mayor visibilidad de este tipo de violencia, lo que es evidente es que continúa siendo un problema grave a nivel social y comunitario.

Fuente: Extraído de Estadística de Violencia de Género. Instituto Nacional de Estadística. Nota de prensa
Además, es destacable el hecho de que estos datos se presentan en un contexto político-social actual donde se están destinando más recursos para el desarrollo de medidas preventivas y se están llevando a cabo más campañas de sensibilización para activar la consciencia social. Y, aun así, estos datos continúan al alza y parece que no se avanza en la prevención.
Pero, ¿qué hacer, específicamente, con los hombres que ejercen o han ejercido esta violencia? Históricamente los programas de atención terapéutica con hombres agresores se han llevado a cabo desde el entorno penitenciario, con los ya famosos Programas VIGE. Estos programas se articulan desde un posicionamiento de obligado cumplimiento, o al menos, relacionado con una reducción de la pena impuesta o la adherencia al tercer grado. Además, también nos encontramos con los programas específicos de violencia de género como medidas penales alternativas a la prisión (MPAs), vinculados también dentro del contexto judicial.

Imagen del programa de intervención para agresores (PRIA) utilizado en prisiones, del Ministerio del Iinterior
Sin embargo, desde una perspectiva preventiva y más allá de las medidas penales, resulta de verdadero interés poder intervenir con los hombres que han ejercido o ejercen violencia contra sus parejas y/o exparejas ¿Qué razones justifican estas intervenciones? Al menos podemos indicar las siguientes razones: Abordar situaciones de violencia en el ámbito de pareja que nunca llegan a ser denunciadas (la conocida cifra oculta del número de casos) y porque estas intervenciones judiciales en muchas ocasiones llegarán tarde, cuando la violencia ya se ha producido. Además, la violencia no acabará exclusivamente con la separación y/o el divorcio, puesto que en un futuro estos hombres mantendrán o establecerán nuevas relaciones de pareja, habiendo la posibilidad de tener menores al cargo. También, y en relación a estos menores, intervenir para que estas violencias no se perpetúen y se transmitan a los hijos.
Desde un posicionamiento restaurativo, que no únicamente punitivo, creemos que en relación a la violencia de género, no se pretende castigar a un supuesto maltratador “monstruoso” e irremediablemente destinado a seguir maltratando a las mujeres y, por tanto, culpable “a priori”. Por el contrario, se debería también fomentar que los hombres que ejercen violencia sobre sus parejas/exparejas asuman y reconozcan el problema de la violencia como propio, identifiquen su responsabilidad y que se comprometan a asumir, dirigir y realizar su propio cambio a través del acompañamiento terapéutico y/o de consultoría adecuados.
¿Qué elementos serán los que concentren las dianas terapéuticas en este acompañamiento terapéutico? Lo determinará una exhaustiva evaluación de la violencia de género ejercida, para poder inferir y planificar la intervención terapéutica más adecuada para la persona.
En esta evaluación forense analítica, habrá que centrarse en dos bloques principales: el Historial Biográfico, donde se valoren antecedentes familiares, personales, relación de pareja y conflicto actual; y una Exploración Psicológica a partir de la valoración clínica, psicométrica y del riesgo.
Dando un paso más, en este post nos centramos en cómo apelar a la responsabilidad del hombre para iniciar el cambio a partir de la atención psicológica, y por ello nos planteamos una nueva pregunta:
¿Desde dónde iniciamos el proceso terapéutico?
El primer paso será establecer en qué etapa de cambio se encuentra el hombre. Desde la teoría de Prochaska y DiClemente (1994) podremos identificar en qué etapa de cambio se encuentra la persona, lo que configurará lo específico, donde incidir a la hora de iniciar el proceso terapéutico. Esta teoría, originariamente diseñada en el contexto de los procesos de cambio en el tratamiento de las drogadicciones, muestra y sirve de guía para establecer un marco de referencia del cambio en los maltratadores de pareja y otros delincuentes violentos.

Modelo teórico de Prochaska i DiClemente adaptado a la persona que ejerce violencia
Debemos entender que no podemos imponer el cambio en el hombre, siendo nuestro rol profesional el de facilitadores y acompañantes del proceso que él tiene que asumir como protagonista. Por ello, ante una perspectiva de negación total de la conducta y, por tanto, la ausencia total de responsabilidad, el proceso terapéutico no podrá iniciarse.
Pongamos un ejemplo, a modo de símil, en donde me encuentro en una habitación yo solo con un pastel entero. Al cabo de unos minutos entra alguien y ve que al pastel le falta un trozo. Me pregunta quién se ha comido el pastel y yo le respondo que al pastel no le falta un trozo y menos que hubiera sido yo quien se lo haya comido. Estoy negando la situación.

Fuente: imagen creada por IA
Si por el contrario a la negación nos encontramos en alguna de las etapas anteriores de cambio, entonces podremos ir potenciando cada fase para pasar a la siguiente.
Por ejemplo, ante un posicionamiento Pre-Contemplativo invitaremos a la percepción del hombre en relación a los riesgos que ha conllevado su conducta, en una fase Contemplativa inclinaremos la balanza pensando en las razones para cambiar y las razones para no cambiar, aumentando la eficacia; o bien en la fase de Determinación estableceremos el curso de acción que deberá seguir la persona para lograr el cambio.
Estas posiciones vienen tras eventos críticos en la vida de la persona, situaciones de crisis en donde el planteamiento de cambio está más presente. Tengamos en cuenta qué combustible (que gasolina) de cambio será la que active el motor para iniciar procesos y cuál será la motivación.
En muchas ocasiones nos encontraremos que esta motivación puede venir de la mano de la demanda instrumental, es decir, buscando recuperar o no perder a la pareja, evitar una sanción penal y recuperar o evitar la retirada de los hijos e hijas; además, también nos podremos encontrar con una demanda mediatizada, cuando la persona quiere demostrar que está haciendo cambios a Servicios Penitenciarios o de Protección a la Infancia.
No está mal, simplemente cojamos esta “gasolina inicial”, sea cual fuere, esa crisis y entonces transformemos la demanda en una propia, del individuo, con los objetivos de:
- Romper con el uso de la violencia como práctica
- Mejorar el bienestar de las víctimas
- Ejercer de buen padre
- No repetir la historia de origen
Bien, ya se ha movilizado la persona al paso más complicado, el de iniciar el proceso terapéutico. Ahora es cuando podemos visualizar este proceso a partir de cuatro ejes principales, las 4 R’s:
RECONOCIMIENTO | REDUCCIÓN | RESPONSABILIDAD | REPARACIÓN
Cuando hablamos de Reconocimiento es el ser capaces de identificar las conductas de violencia, aquellas que han generado un daño en la otra persona y que soy capaz de describirlas.
En el pastel, ver que realmente falta un trozo de pastel.
La Reducción sería el eje principal en donde trabajaremos para reducir estas situaciones de violencia, en frecuencia e intensidad. Hará referencia a frenar la escalada de situaciones de conflicto, poner un freno previo mientras se inicia el proceso terapéutico.
Que no desaparezcan más trozos de pastel o al menos que desaparezcan los menos posibles.
La Responsabilidad es aludir a la agencia de los hechos, independientemente del estímulo externo que haya podido activar mi comportamiento. Activar mi responsabilidad es implicarme de manera directa en responder de mis propios actos.
Algunas resistencias que podemos sentir en este eje serán los mecanismos de defensa, que pueden justificar, minimizar o despersonalizar la conducta realizada.
Una vez que soy capaz de responsabilizarme de que yo me he comido el pastel, estos mecanismos de defensa pueden ser afirmaciones tales como “sí, me he comido el pastel, pero porque el otro día tú te comiste el mío” (justificación); “sí, me he comido el pastel, pero tampoco es para tanto, el trozo era pequeño” (minimización); “sí, me he comido el pastel, pero no sé qué me ha pasado, no era yo” (despersonalización).
Si conseguimos dejar atrás estas resistencias, podremos afrontar la responsabilidad desde “sí, me he comido yo el trozo de pastel”.
Es en este momento cuando el trabajo terapéutico cobra sentido, cuando más allá de la culpabilidad de acciones que no ha pretendido o previsto, es capaz de hacerse responsable de ellas, de las consecuencias negativas que ha traído para él y para la otra persona, desarrollar un gran sentido de compasión y solidaridad por las personas afectadas y emprender acciones de reparación.
La Reparación para con la otra persona puede entenderse desde varias perspectivas. Algunas de ellas no dependerán directamente de los autores de la violencia, como, por ejemplo, que la otra persona supere el daño generado. Pero sí pueden cambiar para dar garantías de no repetición de su comportamiento sobre la otra persona. También pueden aportar una reparación simbólica, económica, etc.
Estos 4 pilares serán los caminos que iremos tejiendo a lo largo del proceso terapéutico con el hombre. Evidentemente, el cambio a través del proceso terapéutico será complejo y requerirá de muchos otros caminos alternativos que favorezcan y ayuden a lograr los objetivos planteados.
Pero será fundamental, previamente a la intervención, poder valorar el posicionamiento y responsabilidad del hombre que ha ejercido la violencia para visualizar los camino que deberemos ir tomando en la terapia.
Hablar de la violencia de género, del ejercicio de esta violencia por parte de los hombres y aludir a su responsabilidad es la forma más genuina de querer generar relaciones saludables, desde el compromiso mutuo e igualitario.