Por Antonio Andrés Pueyo
La muerte violenta e intencionada de un hijo o hija, a manos de su padre o madre biológicos o adoptivos, es un suceso criminal de los más graves que acontecen en nuestra sociedad, pero no es excepcional. Seguro que es el suceso criminal con mayor impacto público. Netflix sabe de este interés (¿o quizas crea el interés?) y acaba de estrenar el “Caso Asunta”, la crónica de un filicidio en el que una adolescente de 12 años fue asesinada por sus padres adoptivos en Galicia en el año 2013. Actualmente, la manifiesta publicidad de estos y otros hechos violentos se prodiga mucho y no solo en los medios de comunicación.
El ambiente comunicativo que vivimos está sobresaturado de violencia. Estamos bien informados sobre una multitud de casos criminales, sean de la naturaleza que sean u ocurran donde ocurran. La información es precisa, diaria y exhaustiva, en lugares principales de los periódicos o en programas de gran audiencia en la radio o la televisión. Qué decir de las redes sociales. Esta presencia masiva en los mass media también pasa con los asesinatos de niños, niñas y adolescentes. Muchos de estos crímenes reales – se prodigan en las noticias o en el True Crime – pero otros son inventados por el cine, las novelas o por la series televisivas y circulan también de forma exitosa. Ahora la última tendencia es escribir sobre el “mal” en mil versiones distintas que, siempre, acaban siendo narraciones más o menos realistas de crímenes violentos. A veces los espectadores y, desgraciadamente muchos profesionales, se dejan influenciar mucho por estas producciones que, obviamente, son producto de sus directores y autores, no son la realidad en crudo.
Pero pese a una cierta habituación, es imposible no sentirse fuertemente impactado por estos crímenes como, por ejemplo el doble asesinato de los hijos de Ruth a manos de su exmarido y padre de los niños, Jose Bretón, en Córdoba en el año 2011, o del asesinato de Ana y Olivia, por su padre, en Tenerife en 2022.
En estos casos siempre aparecen interrogantes sobre cuáles son las causas de los mismos y cómo poder evitarlos. Estas preguntas buscan respuestas extraordinariamente urgentes cuando, como es el caso de estos últimos meses, siete niños y niñas han sido asesinados por sus padres en contextos de la llamada violencia vicaria en España, cinco de ellos en Cataluña.
Estos sucesos no son solo hechos históricos – como el caso de Medea que se dice asesinó a sus hijos para vengarse de su marido Jasón – sino que la crónica negra nos muestra la realidad cotidiana de los mismos. La UNODC (organismo dependiente la ONU para el estudio del crimen y la droga) ha informado que, entre 2008 y 2017, se produjeron unos 200.000 filicidios en el mundo. En España, entre 2010 y 2019, se produjeron 181 casos, con un promedio de 18 casos anuales, referidos a menores de 13 años.
Estos hechos reciben denominaciones diversas. Los términos más usados son filicidios o infanticidios, en referencia a homicidios dolosos o asesinatos de menores de 18 años. Si la víctima tiene entre 1 y 3 años, se recomienda denominarlos infanticidio y, si el crimen sucede antes de las 24 horas de vida de la víctima, se considera un neonaticidio. Muchos de estos crímenes suceden en el contexto de la familia y también en el de la violencia contra la mujer pareja o expareja del agresor. En este último caso se ha generalizado el término de violencia vicaria que, sin ser exclusivo para calificar la muerte violenta de un menor por parte de su padre, se reserva para el caso donde el contexto y la intención del agresor es, por medio de la victimización de los hijos, dañar emocionalmente a la madre que es o ha sido su pareja. Los datos recientes, quizás un poco imprecisos y referidos a los últimos 10 años, muestran que en España se producen 5 casos anuales de promedio.
¿Qué lleva a un padre a matar a su hijo o hija para dañar a la madre? La mayoría de los asesinatos, también estos filicidios por violencia vicaria, suelen tener como motivación principal la venganza. Esa motivación tiene, a su vez, diversas razones que la provocan. En el caso de la violencia de género, el deseo de controlar y someter a la mujer, la manipulación y control emocional o la extorsión son también buenos ejemplos. Otras veces es una explosión de cólera o ira descontrolada la que provoca la agresión mortal sobre los hijos, a veces como daño colateral de un ataque que se realiza sobre la pareja. Otras veces, que no hay que olvidar, es la intención de suicidarse del autor la que se convierte en la motivación directa de matar a los hijos y también a la esposa (a veces a otros miembros de la familia). Se suele denominar a este crimen suicidio ampliado.
Todas estas motivaciones son posibles en el contexto de la violencia vicaria. La decisión de matar a los hijos, planificada, impulsiva o como parte de un suicidio ampliado, se ve influida por muchas razones y antecedentes que cristalizan en el acto violento y que, por tanto, es deudor de múltiples razones y circunstancias que anteceden al acto criminal. Entre todas esas razones distales destacan los valores e ideologías dominantes, como el patriarcado o el machismo, las influencias comunitarias, como son la presencia de la temática violenta en los medios de comunicación o la tolerancia social con la violencia de género. También hay factores familiares, como por ejemplo la crisis familiar, las dificultades económicas, la separación conyugal, la pugna por el patrimonio o por la custodia de los hijos. Y, por supuesto, los factores individuales y entre estos destacan el abuso de drogas, los trastornos mentales graves, la obcecación por la fidelidad de la pareja o la paternidad de los hijos, etc. Todas ellas, como cuando sucede un accidente aéreo, confluyen y colapsan momentáneamente y determinan la acción homicida y filicida.
Cada caso, en cada situación y circunstancia, suponen una combinación única de esos factores que van a determinar la decisión criminal por parte del autor. Esta realidad es la principal causa de lo difícil que es anticipar el riesgo de que suceda un filicidio y poder prevenirlo con eficacia. Paradójica y desgraciadamente conocer las razones de esos filicidios no parece suficiente para prevenirlos.